¡ENVÍO GRATIS POR COMPRA SUPERIOR A 40€

La verdad que nadie te cuenta hasta que es demasiado tarde.

Sabes que el matrimonio no garantiza un final feliz, solo un final.

Y esa, queridas, es la verdad más incómoda que nadie te dice hasta que estás en mitad del proceso preguntándote cómo coño llegaste ahí.

Nos vendieron la idea del matrimonio como la meta. El punto final de la historia romántica. El "colorín colorado, este cuento se ha acabado" después de superar todos los obstáculos.

Pero resulta que no es un final. Es un principio. O más bien, es un punto medio donde la historia podría ir en cualquier dirección.

Porque el matrimonio no congela el tiempo en ese momento perfecto de la boda donde todo es bonito y prometedor. El matrimonio es lo que pasa después. Y lo que pasa después es... vida. Vida con todas sus glorias y sus mierdas.

El matrimonio no te protege de enamorarte de otra persona. No te inmuniza contra el aburrimiento. No garantiza que seguiréis siendo compatibles cuando ambos cambien (porque cambiaréis, oh vaya si cambiaréis). No asegura que la pasión durará para siempre ni que las conversaciones seguirán siendo interesantes.

El matrimonio es solo un contrato. Un acuerdo legal de que vais a intentar hacer que funcione. Pero "intentar" no es lo mismo que "conseguir".

Y no es cínico decirlo. Es realista.

Porque cuando entiendes que el matrimonio no es la solución mágica a todos tus problemas relacionales, cuando aceptas que es solo el comienzo de un trabajo continuo y no el premio final... entonces, y solo entonces, tienes una oportunidad de que funcione.

El problema es que nos casamos creyendo en el cuento. Creyendo que el amor conquista todo, que con amor es suficiente, que si os queréis de verdad nada puede salir mal.

Y entonces la vida pasa. Y el trabajo estresa. Y la hipoteca agobia. Y los niños (si los hay) agotan. Y de repente esa persona con la que jurabas que ibas a envejecer te resulta extraña. O peor: te resulta familiar pero ya no te gusta lo que conoces.

El matrimonio no garantiza final feliz porque los finales felices no existen. Lo que existe son momentos felices, días buenos, períodos donde todo fluye. Y entre medias, un montón de días normales, algunos malos, y alguno terrible.

El matrimonio solo garantiza que tendrás a alguien legalmente obligado a dividir los bienes contigo cuando decidas que ya no puedes más. Que es menos romántico que "hasta que la muerte nos separe", pero infinitamente más honesto.

¿Significa esto que no debas casarte? No.

Significa que debes casarte con los ojos abiertos. Sabiendo que no es la meta, sino el camino. Que no resuelve problemas, sino que a veces los crea. Que no es prueba de amor eterno, sino de voluntad de intentarlo mientras tenga sentido.

Cásate si quieres. Pero cásate sabiendo que el matrimonio no te hace inmune al divorcio, a la infelicidad, o al "¿qué coño hice?". Cásate porque quieres compartir impuestos y decisiones médicas y apellidos. Pero no te cases creyendo que es garantía de nada.

Porque el matrimonio no garantiza un final feliz. Solo garantiza que habrá un final, de un tipo u otro. Y ese final depende mucho más de lo que hagáis cada día que del papel que firmasteis un sábado de primavera.

La buena noticia es que, sabiendo esto, puedes elegir mejor. Puedes casarte con alguien con quien realmente quieras transitar el camino, no solo con quien se vea bien en las fotos de boda.

Y esa, paradójicamente, es tu mejor oportunidad de un final que, si no es feliz, al menos sea digno.